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La ambición por el cambio social está anestesiada.

Hoy contamos con un nuevo artículo de «Ícaro» Juanjo Goñi, publicado el pasado fin de semana en el Diario Noticias de Gipuzkoa.
Conforme pasan
los años, las opciones de cambio, ante crisis y oportunidades de todo tipo, son
mucho menos ricas y todas se concentran en debates de índole económica y
escasamente social. Hemos admitido muchos mantras socioeconómicos, que hacen
pensar a todos igual con una pequeña diferencia de matices, pero con una
reducida ambición de cambio hacia modelos sociales innovadores. Podemos repasar
algunos de estos mantras – fórmulas que se pronuncian durante las ceremonias,
en los rituales donde los gestos, palabras y pensamientos adquieren su máxima
eficacia-, que todos oímos y admitimos. Por su repetición se hacen ciertos y
anestesian nuestra capacidad de luchar por otros nuevos objetivos, lo que sería
importante superadas ciertas etapas de desarrollo económico como las vividas en
los últimos 50 años.
Uno de ellos
es que la riqueza de un país se mide en el PIB y en los niveles de deuda
pública y privada. Esta deriva hacia lo económico, que ignora otros activos
sociales como la cultura, el bienestar, la confianza, la educación y otros más,
hace que las aspiraciones personales  y
el progreso en lo macro se centre en la economía. Este mantra obedece a una
reducción mental de que todos los servicios y actividades que generan activos
sociales, dependen de los presupuestos públicos y estos a su vez de los
beneficios del trabajo y de las empresas.
Derivado de
este pensamiento mantra econométrico se derivan otros también muy frecuentes
tales como confundir lo social con lo público. Parece que todos los mecanismos
de equidad, de solidaridad, de creación de cultura o de mejora del medio
ambiente son responsabilidad del estado, o del aparato público, y que lo
privado está para obtener beneficios económicos, a toda costa. Así cuando se
nos presenta en los medios de comunicación una empresa importante, se exhibe
cuanto ha ganado -retorno a los accionistas- y en absoluto que contribución ha
hecho a otros activos sociales de su entorno.
Juanjo Goñi conversa con Begoña Etxebarria y Mercedes Apella en un Seminario Ícaro
Como
resultante de esta forma de ver las cosas existe un cuarto poder en la
estructura de un estado y sobre los estados, que es poder económico. Los otros
poderes el legislativo, ejecutivo y judicial, dependen en sus estructuras y
capacidades del poder económico, que determina con sus decisiones las cuentas
de un estado, así como las capacidades de acción social y de transformación.
Son las reglas de relación entre países en el campo de sus capacidades
económicas las que convierten a los estados en prestamistas y deudores, y con
ello participes de este mercado global al que todos se refieren.
Otro mantra
limitante del progreso social es el camino que sigue la aplicación del
conocimiento, la ciencia y la tecnología en la sociedad. La innovación, en la
que depositamos la confianza de un futuro mejor, ha llegado para quedarse. Pero
el camino elegido por unos y otros es que la tecnología se aplique primero en
la economía, y después, y con los recursos del ejercicio de competir
comercialmente por el saber entre empresas y países se obtengan recursos para
lo social. Si la economía no va, la prestación social se desmorona. Así lo
estamos viendo en las economías el sur de Europa y su solución en los ajustes
de la mal llamada austeridad impuesta. No se reúnen los ministros de bienestar
social o de educación para ver cómo avanzar, 
sino los de economía.
La
consecuencia política de este mantra es que los partidos de izquierda defienden
sorprendentemente el incremento del consumo y el desarrollo urgente de las
empresas, para poder luego vender como gran política social el limitado
ejercicio de la distribución. Todos coinciden en el mismo camino, y ¿si cómo en
el flautista de Amelín, no fuera el correcto?
También
tenemos otro mantra en lo que entendemos por “los mercados”. Se trata esta de
una economía de un “mercado sin mercaderes ni mercancías”. Para la mayoría, un
mercado es un espacio de transacciones de mercancías entre personas que se
encuentran el algún lugar durante algún tiempo. Esto que era así hasta hace 40
años incluso en los mercados de intangibles, como el dinero de la bolsa, hoy
esta sublimado a través de la tecnología digital. Los ordenadores que
sustituyen a los mercaderes y a las mercancías, y que generan una dinámica de
operaciones financieras actuando los 86400 segundos de cada día, a millones de
operaciones por segundo, de manera sucesiva en todas las bolsas del mundo. Esta
economía especulativa supera en miles de veces la economía productiva, que los
ciudadanos entienden como “mercados” y obedece a impulsos de movimientos
especulativos e información restringida, que vale mucho.
Rodeando todos
estos mantras de origen económico, destaca otro que apenas tiene contrarios que
es el culto al gigantismo. “Lo grande es bueno” por su capacidad de influencia
e impacto sobre lo pequeño. Tan cierto es que “El pez grande se come al chico”
como que el virus mata a la ballena. Este mantra del gigantismo como lo mejor, obedece
a una cultura histórica de dominio entre individuos, y a la capacidad de acción
de lo grande y su eficiencia productiva. Pero a nivel de la persona y de lo
social,  lo próximo, lo cercano y lo
personal operan justo con los parámetros opuestos del valor de lo pequeño. Sólo
hay que pensar en el tamaño de un hospital o una clase de alumnos.
No es fácil
deducir a dónde nos llevan estos falsos supuestos que unos y otros comparten
sin la menor duda, pero nos anuncia un difícil despertar de esta alta dosis de anestesia,
que la economía ha inyectado en los objetivos de desarrollo social. Ni los más
avanzados en las propuestas políticas abandonan estos mantras. No hay más que oírles.
Y es así porque estos mantras y otros, están muy bien instalados en la
educación universitaria, en la gestión de los recursos sociales, en la
organización empresarial y en las relaciones del sistema del conocimiento con
la innovación y la sociedad. Por ello se perpetúan y se fijan consolidando
posiciones, creando leyes y limitando los necesarios debates ante situaciones
que requieren abrir horizontes sociales más creativos, fruto de un inminente
cambio de época.
Como siempre
los cambios vienen desde lo pequeño y estos inicios progresan cuando el
conjunto de lo que era entra en crisis. Estamos llegando a este punto, pero
necesitamos más despertadores sociales, que construyan nuevos modelos de
relaciones y una mayor visibilidad de la decrepitud de lo instalado. Sólo desde
esta conciencia de que hay otros espacios posibles, que generen deseo de futuro
mejor para los que vienen, los ciudadanos se arriesgan a apostar y a hacer real
el cambio, en sus mentalidades, actitudes y comportamientos.

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