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¿Dónde está la gran filosofía?

Javier Gomá Lanzón, ensayista y filósofo español, se plantea esta pregunta en un artículo publicado recientemente en el diario El País. En su opinión, durante los últimos 30 años la filosofía ha desertado de su misión de proponer un relato totalizador a la sociedad de su tiempo y falta por ello la construcción de un ideal.

La misión de la filosofía desde sus orígenes es proponer un ideal: de conocimiento exacto de la realidad, de sociedad justa, de belleza o de individuo… Referido sólo al ideal humano (paideia, en el sentido básico de que solamente la educación y la formación convertían al Ser en individuo), Gomá hace un repaso histórico a los filósofos destacando el ideal de cada uno de ellos. Así, Platón, que encontró en su maestro Sócrates, la personificación de la virtud; Aristóteles, el hombre prudente; Kant, el hombre autónomo; Epicuro, el sabio feliz; Agustín, el santo cristiano; Nietzsche, el superhombre; Heidegger, el Dasein originario o propio… Todos estos filósofos, son pensadores del ideal y esto es justamente lo que hace grande su pensamiento.


Un genuino ideal aspira a ser una oferta de sentido unitaria, intemporal, universal y normativa. Debe resultar una síntesis a partir de muchos elementos heterogéneos e incluso contrapuestos. El ideal, que no describe la realidad tal como es sino como debería de ser, señala un objetivo moral elevado a los ciudadanos que reconocen en esa perfección algo de una naturaleza que es ya la suya. Pero a la vez es más hermosa y más noble, como una versión superior de lo humano que despierta en quien la contempla un deseo natural de emulación.

La tesis que defiende el artículo de Gomá dice que en los últimos treinta años, la filosofía contemporánea ha desertado de su misión de proponer un ideal a la sociedad de su tiempo, el ciudadano de la época democrática de la cultura. Y destaca que la institución que durante varios siglos había sido la casa de la «gran filosofía», la universidad, se ha quedado sin iniciativa en estos tres últimos decenios. Pone como ejemplo que la esplendorosa universidad alemana, antes a la vanguardia del pensamiento europeo y fuente incesante de nuevos sistemas filosóficos, ha dado muestras preocupantes de pérdida de creatividad. De igual forma, la vitalidad de la filosofía académica francesa o italiana se ha apagado y ha sido sustituída por ensayos de entretenimiento cultivados por esos mismos académicos.

En ausencia de la gran filosofía, lo que encontramos en estos momentos en su nombre es una variedad de formas menores. La primera de estas formas estaría representada por lo que hoy se practica en la universidad, donde se permuta filosofía por historia de la filosofía. No alcanza a ser gran filosofía porque carece de intención propositiva, abarcadora y normativa, de una imagen del mundo completa y unitaria. En el ámbito académico se aprecia, en opinión de Gomá, una resistencia -casi una negación de legitimidad- a enfrentarse a la objetividad del mundo como hicieron los clásicos (directa y autónomamente). Ahora se reinterpretan esos mismos clásicos. Ahora pensar es haber pensado. No se trata ya de hablar de la vida, sino sólo de libros que hablaron de la vida.

Cercana a esta forma de filosofía y a veces indistinguible de ella estaría esa literatura que pronuncia una solemne sentencia condenatoria contra la modernidad en su conjunto. Como es evidente que la sociedad democrática ha proporcionado dignidad y prosperidad al ciudadano sin parangón con tiempos anteriores, la actual filosofía cree adivinar unos fundamentos ideológicos ocultos que estarían alienando al ciudadano sin que éste se diera cuenta, restituyéndolo a la antigua condición de súbdito. A falta de un marco general, la filosofía recurre también a los socorridos «análisis de tendencias culturales» que nos explican no cómo debemos ser (ideal) sino cómo somos. Somos una sociedad líquida (Bauman) o una sociedad riesgo (Beck).

El vacío dejado por la gran filosofía y por sus propuestas de sentido para la experiencia individual es llenado ahora por ensayos de corte existencialista de estilo muy francés. De igual forma, desde una línea cercana pero degradada, reclaman la atención de los lectores -usurpando a veces el nombre de filosofía- títulos de sabiduría oriental, libros de autoayuda que recomiendan positividad para superar las adversidades y recetarios voluntaristas emanados de las escuelas de negocio.

Si, tras esta pausa de treinta años, la filosofía quiere recuperarse como gran filosofía, debe hallar el modo de proponer un ideal cívico para el hombre democrático, concluye Gomá, y hacerlo además con buen estilo. 

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