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¿Qué Europa queremos?

El pasado mes de Noviembre tuvimos la oportunidad de escuchar a Ulrich Beck en una conferencia en Bilbao, a la cual asistió nuestra compañera y miembro del Ícaro Think Tank Ingrid Jerve, y que nos ofrece un resumen del pensamiento de este admirado sociólogo.

La situación actual no es una crisis de la deuda. Las deudas son expresión y consecuencia de una crisis política.

Beck denomina a nuestra sociedad una “sociedad en riesgo”. Con riesgo, Beck se refiere a la anticipación de una catástrofe en el presente – una profecía autodestructiva. Vivimos continuamente enfrentándonos al riesgo de conflictos y catástrofes; no porque una catástrofe es necesariamente más probable que en anteriores tiempos, sino porque el mundo está más interconectado. Esta interconexión es nueva; la globalización, lo cosmopolita.


Las instituciones con las que operamos ahora se quedan rezagadas al enfrentarse a los retos que propone esta interconexión; se vuelven volátiles porque son incapaces de determinar “de dónde viene el viento”. Es decir, qué está pasando y cuáles son las tendencias de fondo de la sociedad. Beck está considerado una persona capaz de detectar estas tendencias.

Nuestra sociedad en riesgo pertenece a “la segunda modernidad” o “la modernización reflexiva”. Vivimos en una época de consecuencias secundarias en la cual las decisiones tomadas a lo lejos nos afectan directamente. Lo que está pasando en Europa, en este momento, la crisis del euro, o el “Chernóbil de los mercados financieros”, es un claro ejemplo de esto. Beck no deja de resaltar que es una crisis en toda regla, pero también subraya que Europa ha vivido y sobrevivido a cosas peores. Estamos acostumbrados a que las cosas vayan siempre a mejor, pero si echamos la mirada hacia atrás vemos que Europa ha sido, generalmente, un continente de conflictos y crisis. No ha sido hasta el siglo pasado cuando las cosas empezaron a ir mejor.

Sin embargo las crisis no son del todo negativas; pueden ayudarnos a encontrar el camino para enfrentarnos al nuevo paradigma, en este caso el paradigma de las consecuencias secundarias. La crisis de Europa es también la posibilidad de Europa. En realidad Europa siempre está en crisis. Europa es crisis. Pero la crisis es un motor de cambio y aunque la crisis que estamos viviendo nos está llevando a una politización de esta sociedad en riesgo, también puede tener una función integradora. Beck nos dice que lo necesario para ambos, salir de la crisis y para que funcione Europa, es la cooperación. La crisis viene a ser una presión integradora: no cabe más que cooperar.

Así pues, enfrentándonos a la pregunta de que si las cosas se pondrán mal de verdad, si volveremos a una situación parecida a la de los principios del siglo XX, Beck opta por cambiar el enfoque. Dedica su charla a otra cuestión: ¿Cómo puede Europa garantizar a sus ciudadanos paz, libertad y seguridad en la actual sociedad de riesgo?

Para contestar se plantea tres preguntas:

1. ¿Por qué es necesaria Europa?
2. ¿Existe una nueva lógica de poder en Europa?
3. La solución: ¿Cómo crear una europeización desde abajo – una Europa de y para los ciudadanos?

Primero: Por qué es necesaria Europa?
La Europa actual es un plato de huevos revueltos – si intentas separar las claras de las yemas fracasarás.

El origen de esta metáfora es la globalización, palabra que normalmente se asocia con lo económico – con una fuerza globalizada del capital. Pero la globalización consiste también de dinámicas culturales y políticas. En su esencia se trata de una interconexión que atraviesa fronteras – el hecho de que haya surgido una interdependencia global.

Por lo tanto los riesgos que vivimos también son de nivel global: Decisiones tomadas a una larga distancia afectan a nuestras vidas directamente y “el otro global” (“the global other”), que hasta ahora había estado excluido de nuestras vidas, está llegando a formar parte de ellas. Beck llama este fenómeno cosmopolitización, algo que afecta a la vida de las personas aunque ellas quieran o no. Es una mezcla de políticas a nivel local, regional, nacional, internacional y global. Es decir, la política interna y externa de una entidad geográfica ha llegado a ser inseparable; es un plato de huevos revueltos.

Beck nos dice que no existe respuesta ni solución a la problemática del riesgo global a nivel local, regional o nacional ya que todos los problemas hoy en día están interconectados entre sí: Hace falta una cooperación que atraviesa las fronteras geográficas y los niveles políticos.

Y es en esta solución que se encuentra también el núcleo del conflicto: La entidad geográfica operacional del pasado, el estado nación, ya no tiene sentido, pero la mayoría de las personas y los estados siguen con este esquema mental. Lo que propone Beck es cooperar, pero sin perder la identidad y soberanía de la nación, sino fomentar estos en relación a la cooperación con otros.

A lo que aspira Beck es efectivamente a la cosmopolitización. Esto significaría el tener raíces y alas a la vez. Es decir mantener tu identidad (nacional), pero también incluir al otro en tu propia identidad.

Esto en principio suena a utopía… Pero Beck nos dice que la verdadera utopía sería (mantener) el nacionalismo tal como se practica hoy en día. Es una manera retrocedora de pensar; no responde a los desafíos de hoy.

A raíz de esta cuestión Beck habla de dos maneras de entender la política y la integración Europea desde el punto de vista del nacionalismo:

1. Como una forma de federalismo que da lugar a un super-estado federal.
2. Como una forma de “intergobernalismo” que despliega en una federación de estados.

Ambos modelos impedirían la integración europea y son esencialmente anti-Europeos ya que Europa, en su esencia, es diversidad. Esto supone que no podemos quedarnos (conceptualmente) al nivel nacional ya que las categorías nacionales hacen imposible el concepto de Europa.

Esta es una problemática observada incluso en las mismas ciencias sociales; las que supuestamente deberían deconstruir los paradigmas que nos engloban. Se trabaja desde un “nacionalismo metodológico”, es decir enfocando los temas de estudio en entidades nacionales. Muchas veces esta delimitación tiene sentido, pero muchas veces no lo tiene. El siempre comparar entidades nacionales no puede captar la “interconectidad” de los sujetos de estudio de hoy en día; los que forman parte precisamente de la modernidad reflexiva.

Según Beck el modelo europeo no se basa en el nacionalismo, sino en la ley europea. Pero son los estados nación quienes se encargan de la aplicación de esta ley, ya que la burocracia central europea es pequeña. Este modelo implica entonces una gran variedad de interpretaciones de la ley europea y la consecuente diversidad de prácticas de la misma.

Ya que las diferentes estados nación europeos se están enfrentando una vez más a una crisis común, como otras veces en el siglo pasado, los políticos siguen insistiendo en que Europa es una “comunidad de destino común” (“community of fate”). Es decir, estamos todos en el mismo barco y dependemos el uno del otro para seguir navegando, más que nada para salvar el futuro de nuestros jóvenes, destaca Beck.

Entonces, ¿cómo se puede resolver los problemas globales actuales? ¿Cómo nos enfrentamos a la crisis y sus consecuencias que aunque tengan raíces lejanas a las personas nos afectan a nivel local, nacional y comunitario? La respuesta, dice Beck, no es crear una estructura de poder universalizada y centralizada, sino que lo global tiene que ser parte de las instituciones locales.

Segundo: ¿Existe una nueva lógica de poder en Europa?
Esta pregunta hace referencia al papel que está jugando Alemania durante la crisis del euro.
Subraya que en el mundo de hoy existe una nueva gramática de poder con el riesgo mundial como un elemento básico de la sociedad. Recordamos que el riesgo se refiere a la anticipación de una catástrofe en el presente.


El riesgo global socava entonces las instituciones que intentan controlar este mismo riesgo, ya que las instituciones a nivel nacional tal como están construidas no son capaces de controlar el riesgo a nivel transnacional o global. Un ejemplo de esto es la actual crisis del euro: como no ha sido previsto no existe ninguna respuesta por parte de las instituciones, y por lo tanto el poder se está desplazando a los estados nación más poderosos.

Beck postula por lo tanto que la nueva lógica de poder, las nuevas dinámicas en Europa, no son fruto de un “alemanización”, sino de una nueva dinámica de clases a nivel internacional. Se trata de una nueva estructura de poder consistente de países prestamistas y países prestatarios. Por lo tanto los comentarios que han circulado sobre un devenir de un “cuarto reich” alemán son un disparate – se trata de una nueva dinámica económica, no una resurrección de la Alemania militar.

Esta misma dinámica económica, nos comenta Beck, también está redefiniendo la conceptualización del euro en la cultura alemana. El Deutsche Mark fue un componente importantísimo en la reconstrucción de la nación alemana después del Tercer Reich, y la resistencia contra el euro fue fuerte. Con las dinámicas actuales se está notando un cambio de los sentimientos hacia el euro; el euro se ve ya como algo alemán, algo que forma parte de la nación alemana. Así entendemos como la moneda también forma parte de la identidad nacional y comunitaria, ilustrado por una cita de Angela Merkel: “El precio para los países prestatarios es su soberanía nacional y su dignidad.”

Beck postula por lo tanto un porvenir que supone una división de poderes en Europa (y a nivel global) según dos ejes:

1. Los países que tienen el euro y los países que no lo tienen.
Los países que no tienen el euro serán espectadores en las dinámicas de poder; irrelevantes a pesar de estar interconectados con los otros países por ser miembros de la UE. Un ejemplo claro es el Reino Unido, que cada vez se encuentra más marginada de las tomas de decisiones en Bruselas.
2. Los países prestamistas y países prestatarios.

Los países que financian los fondos de rescate, y los países que reciben paquetes de rescate económico.

Estos dos ejes forman una nueva “estructura imperialista”. Por el lado positivo es posible que a través de ésta nueva estructura se pueda superar el bloqueo actual en la toma de decisiones en la UE. La práctica actual de la comisión europea consiste en que las decisiones tienen que tomarse a través de un consenso entre los 25 estados miembros. Convencer a 25 entidades nacionales que vean un asunto de la misma manera no es sólo imposible, sino que se trata también, según Beck, de un sistema no democrático: Porque la democracia también se trata de decir no; decir no también es tomar una decisión.

Por lo tanto, en el futuro:
• Veremos una comunidad de dos velocidades: Sólo los miembros de la zona euro tomarán parte de la toma de decisiones, los no miembros serán irrelevantes.
• Habría que plantear la pregunta de si necesitamos un gobierno económico.
Viendo la actual paradoja, una “Europa sin europeos” en el cual los movimientos cívicos se oponen a Europa, habría que encontrar la forma de construir la Europa de los ciudadanos.

Tercero: La solución: ¿Cómo crear una europeización desde abajouna Europa de y para los ciudadanos?


La crisis del euro no es entonces sobre economía, sino sobre crear Europa desde abajo. Los mecanismos integradores de la UE no han terminado de funcionar completamente y por lo tanto habría que aprovechar este momento de crisis, de cambio, para ampliar y ahondar la democracia.
Beck postula cambiar ambos la estructura y el mismo nombre de la Unión Europea y crear la Comunidad Europea de Democracias (CED). Esta Comunidad consistiría de una democracia directa en el cual las personas votarían directamente al presidente de la Comisión Europea para así fomentar una mayor implicación de las personas en la Comunidad Europea.

Beck menciona que aunque se han hecho intentos en torno a este tipo de acciones, por ejemplo a través del intento de una Constitución Europea en 2004, estos no han dado los frutos deseados. Para la nueva democracia europea habría que, por ejemplo, implementar un único día para las elecciones y un quórum de participación para poder determinar la validez de las mismas. También menciona que uno de los primeros desafíos para abordar en esta nueva Europa sería el futuro de la sociedad europea: Rescatar a los jóvenes tendría un coste muy inferior a los rescates bancarios, y si sería lo que podría salvar a una Europa en proceso de envejecimiento.

En
resumen:
Según Beck habría que crear una nueva constitución, remarcar y renombrar Europa. Para un cambio de paradigma se necesitaría un nombre nuevo. La nueva Europa no puede ser una democracia nacional, sino una democracia que combine y contenga las diferentes democracias nacionales. Sería una Comunidad Emergente de Democracia que involucre a todos sus ciudadanos.

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