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Volver a lo esencial

Un artículo de Juanjo Goñi

Nos va ocurriendo últimamente que en cada asunto que entra en revisión y al que se le exige una cierta transparencia encontramos anormalidades, motivos de abusos, malas prácticas inconfesables, incompetencias declaradas, y un sinfín de sinsentidos con los que hemos convivido durante mucho tiempo. El prestigio de las instituciones y de algunas personas significativas se viene abajo por la falta de coherencia entre lo que hacen y lo que deben hacer o dicen que deben hacer. Y esto pasa en instituciones básicas -públicas y privadas- de la convivencia organizada de que nos dotamos. Si los partidos nos representan poco y dicen ser el canal de representación de la voluntad popular; si los bancos no generan confianza y son los depositarios del futuro bienestar de los jubilados; si los educadores y autoridades no son modelo de conducta; y si los que recaudan no son ejemplo de honestidad, estamos ante algo grave, de fondo, que debe cambiar y mucho. 


Y esto también pasa en lo cotidiano de la consulta del médico. Cuando una señora sexagenaria dice a su hija “me he cambiado de médico porque el de antes no me miraba, sólo tecleaba lo que yo le decía” algo se está haciendo mal. Cuando el fracaso escolar no pasa de ser un dato en un ranking y no es el primer asunto que resolver por la sociedad, -educadores y no educadores-, algo se está haciendo mal. Cuando el trabajo cualificado es un bien escaso que hace emigrar a los jóvenes bien formados, algo se esta haciendo mal. ¿Pero qué nos ha pasado en este tiempo? Seguramente que hemos ido confundiendo lo esencial con lo formal o aparente, y los sucedáneos han invadido nuestra realidad. Y ahora cuando los sucedáneos se manifiestan como son, falsos imitadores, nos encontramos sin señuelos que seguir, con una sensación de falsedad social. Presumimos de cientos o miles de amigos en las redes sociales, cuando la amistad es otra cosa. Decimos que la economía está al servicio de la persona y de la calidad de vida, cuando los desahucios y embargos son práctica cotidiana. Decimos que el respeto es lo básico de una sociedad, cuando los insultos y las intrigas forman parte de la diversión y el entretenimiento televisivo. Decimos que la prioridad uno es crear empleo, y cada día aumenta el numero de parados y nadie sabe qué se está haciendo para que ello no ocurra. Decimos que tal medida creará estabilidad en los mercados y ocurre lo contrario. 
Juanjo Goñi en una mesa de trabajo del III Seminario Ícaro (centro)

 

Pero la gran pregunta es cómo salir de ésta, que no es solo una crisis económica pasajera, sino un alto en el camino y una vuelta a empezar desde lo esencial, construyendo unas nuevas relaciones laborales, sociales y de confianza, quizás antiguas en sus fundamentos pero con otros medios tecnológicos y otra formación de los ciudadanos. ¿Y qué es lo esencial? Lo que el sentido común liso y llano nos indica en relación con la lógica de la prudencia, el trabajo y la perseverancia, la salida de los dogmas, el conocimiento aplicado, la sustitución de algunos individuos como referentes sociales y el sentido de lo colectivo como pauta básica a considerar. No sé si es de sentido común que un banco pueda prestar en créditos hasta 10 veces lo que se dispone como dinero recibido por los ahorradores; antes no lo era, pero el actual sistema bancario funciona así; no sé si es de sentido común que el fondo de garantía de pensiones, sea el 6% del PIB, cuando debe representar los ahorros de los trabajadores durante varias decenas de años. Quizás tampoco tenga mucho sentido pasar 24.000 horas formándose para llegar a tener un titulo universitario y no encontrar trabajo; y si lo encuentras disponer solo de 1.200 horas de formación para el resto de tu vida profesional. Tampoco tiene sentido que sabiendo que vamos a una sociedad menos joven y que los cuidados van a ser el sector de actividad social más importante, no estemos educando a la sociedad para ello. Sin embargo los debates de la crisis se siguen planteando desde posiciones contrapuestas que cada uno defiende dependiendo de que lado le toque estar en cada momento. Por ejemplo, ahora toca debatir si autonomías si o autonomías no, que esto es muy caro y no se puede seguir así.  

Si el debate es sobre el modelo de centralización o descentralización de funciones públicas -que es esencialmente el tema- tengamos claro que esta decisión no es solo una cuestión económica, sino de eficacia y sentido de calidad en el despliegue de la función. Los servicios que los ciudadanos recibimos pueden diferenciarse entre los relativos a las cosas y los relativos a las personas. En los primeros hay economías de escala, pero en los segundos no. Si consideramos, por ejemplo, y aplicamos solo criterios de eficiencia en la salud, nos pasara lo de la señora que se ha cambiado de médico. Los tiempos de escucha del médico no se pueden pautar como el tipo de interés de un préstamo o la velocidad máxima de una carretera. La cultura, la educación, la salud, los servicios sociales y otros son -por naturaleza de su función- orientados a la persona, locales y cercanos. Todo empeño en centralizarlos y normalizarlos pasa por una pérdida sustancial de calidad de servicio, eso si muy barato en lo visible e inmediato, pero muy caro en las consecuencias porque se repetirán los servicios en detrimento del coste y la calidad. Por el contrario la gestión de las cosas debe concentrarse porque aquí si hay eficiencia por economía de escala en costes. Esto ocurre cuando podemos aplicar criterios normalizados de optimización de operaciones en costes, como cuando se trata de mantener una carretera, construir un edificio, organizar el suministro de agua o de recaudar impuestos. 

Lo sorprendente es que habiendo tanto conocimiento de éstas y otras cosas apenas se aplique. Quizás son los intereses personales de algunos pocos los que determinan lo que debemos hacer los demás, y así lo venden con seductores sucedáneos de los tópicos del momento, hoy la prima de riesgo, mañana las autonomías, después las elecciones,.. Y así la política de hoy se convierte en el arte de disfrazar la aritmética de los mercados en una u otra ética, casi sin ideología, ya que parece que no hay más opciones que salir de la crisis, pero no es así. Como ahora se dice: lo que toca no nos gusta a nadie, pero es lo que hay que hacer.  ¿A nadie se lo ocurre nada diferente? Suena extraño y cada vez más nos vamos dando cuenta de que presumimos de racionalidad cuando apenas la aplicamos para resolver problemas. 

Por supuesto que nos toca pensar más en las consecuencias de aquello que aceptamos como verdad y nos lo creemos, para que no sean nuevos sucedáneos de la verdad lo que adoptemos y sobre todo, expliquémoslo bien a los que vienen. Estos nuevos –los niños- aprenden todo lo que ven y oyen, a fuerza de escuchar lo mismo. En una conversación con una niña que arrojaba un envoltorio de papel al suelo, a la que le pregunté si sabía quién lo iba a recoger, me dijo diligentemente que el barrendero. Y a la pregunta de quién paga al barrendero me dijo que la comunidad. Pero no me supo decir que quién pagaba a la comunidad. No lo sabe -porque no le hemos enseñado- que parte de los trabajos que su padre o madre realizan y pagan en impuestos, son los que pagan al barrendero. Y que podrían ir a mejorar los servicios sociales, como otro empleo, para quizás el abuelo o el tío de la niña, y no a limpiar la calle que no habría que ensuciar. Para volver a lo esencial es fundamental saber de dónde vienen los recursos comunes, quienes los pagan y cómo se emplean. Y por supuesto, poder decidir después cómo emplearlos para mejorar el presente y preparar el futuro.

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